martes, 17 de noviembre de 2009

Tarde

Ya llevo tres cuadras en bajada. No he visto todavía a Berta desde que la besé en el café. Me pidió que la acompañara, que ya todo estaba listo. Yo no pude… no quise. Me excusé con el deber, pero yo deberes no tengo. Le dije que tenía que escribir un cuento y que no podía dejar ir la inspiración. Bien sabía ella que era mentira, que yo tenía miedo. Miedo si tenía, sin embargo no soy buen caudillo. Ella sabe que yo nunca voy, pero igual me pregunta. Es como su manera de decir te amo, ¡vaya que es peligrosa! –Vete a las tres -me advirtió. También me dijo que pagara. Me dio un beso y se fue.
Por la calle bajaba y yo la veía a través del cristal. Yo esperaba la cuenta. –Son tres mil -me dijo la niña. Ella Bajaba con un dejo de preocupación. Miraba en detalle todas las fachadas, todas las calles, todos los balcones, todos los lugares que pudieran volverse escondites o fuertes metralleteros. Ahí iba bajando. Meneando esas caderas, enroscándose el pelo con una mano y con la otra tocándose la barbilla como si eso ayudara a pensar. Ojalá no tarde y vuelva. Esa morena me volvía loco. –señor, va a tomar algo más.
Ya son cinco cuadras que bajo y no la veo. Las ambulancias advierten que allí paso algo. En el cielo apenas se aproximan las aves carroñeras. Ahí era el café pero ya todo está por el piso; hasta me toca esquivar las mesas, los vidrios y la poca tensión que queda en el aire. Veo sus pies… solo sus pies. Son las dos de la tarde. Menos mal no es ayer.

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